Espero que para el próximo relato del taller, ya pueda dejar de spammearos por aquí y hacerlo en mi blog personal La Chica de Schrödinger, que creo que se ajustará más. La verdad es que mi mente sigue desconectada por vacaciones y no me ha salido ni una décima parte del relato que tenía en la cabeza, pero también espero que este bloqueo acabe pronto. Sin más, os dejo este relato inspirado en la canción Things that crawls at night. Siempre recomiendo que os la pongáis de fondo.
¡Disfrutad! Y recordad que todos los comentarios son más que bienvenidos
VENGANZA CIEGA
No importaba los años que pasaran, las noches en vela que malgastara esperándola o las ilusiones que pusiera en que alguna vez, piadoso fuera el Diablo, aquello terminara. La tortura era lenta y agónica. El terror y amor que sentía por ella las dos caras de una misma moneda. El delicioso goteo de la locura acechando en cada esquina de su mente, devorándolo como un virus invisible y hambriento. Su éxito y también su propia perdición. No, por mucho que lo pensara, jamás se acostumbraría a verla así, frente a él, con sus ojos ciegos perdidos en una bruma que ella misma había levantado y la ropa llena esas manchas secas que tanta repugnancia le causaban.
El muchacho se levantó a toda prisa del viejo sillón orejero en el que solía sentarse cada noche para leer algo antes de irse a dormir y la instó a pasar a toda prisa al pequeño apartamento que compartían, cerrando la puerta tras ella después de comprobar, con cierto alivio, que ningún vecino había asomado su nariz por allí. Ni siquiera la Señora Álvarez, algo que le pareció, sino de naturaleza divina, sí al menos providencial.
—¿Qué te ha pasado, petit? —a veces aquel apelativo cariñoso que usaban desde que eran unos niños la ayudaba a calmarse. A volver en sí.
—¿Dónde está mi violín, Wotan? Necesito mi violín —le tembló la voz y el agarre de sus manos en los brazos delgaduchos de su hermano era desesperado, feroz.
Él la miró un par de minutos en silencio, con la boca abierta, sin ser capaz de darle voz a lo que imaginaba que había ocurrido. La joven alzó la barbilla y sin ver, intentó localizar un sonido que sólo ella parecía escuchar.
—Me llama...
—Cecile —le tembló la voz —. ¿Qué ha ocurrido?
Ella se giró para mirarle de frente, aunque no fuera más que un decir. Su hermana había nacido ciega y lo único que tenía forma para ella, la compañía eterna de la que había gozado toda su vida era la de la mismísima oscuridad. Por primera vez desde que había llegado, Cecile parecía enfocar la realidad en la que estaba. Alex la conocía demasiado bien para saber que aquello no era más que una falsa ilusión.
—Lo que tenía que hacer. ¡Mi derecho divino! Soy el instrumento que debe arrancar la ovación final. Él lo merecía, Wotan. No sabes las cosas que hizo...
—Ni tú tampoco, Cecile. Todo está en tu cabeza, ¿es que no lo entiendes?
—Eres tú el que no lo entiende, mi señor —odiaba cuando sus delirios la llevaban a un mundo desconocido donde él era el dios despiadado que la llevaba a cometer tales atrocidades y ella la valquiria cubierta de sangre que tenía ante sí —. Oí su voz, noté sus manos en mi piel. ¿Acaso debía ser yo la única? ¿No merecían sus atenciones indeseadas una sanción?
—¡Pero no su muerte, Cecile!
—¿Quién es Cecile? ¿Quién... —se quebró, Alex pudo verlo en su vacilación —. ¿Dónde... dónde estoy?
Su hermano la abrazó con fuerza y la acunó entre sus brazos. Era tan frágil...
—Era él, Alex. Prometió que vendría a por mí y ha vuelto. Con otra voz, pero era él. El mismo pecado, la misma penitencia.
—Yo me encargué de él hace años, Cecile. ¿Recuerdas?
—Siempre vuelve. Siempre está ahí. Soy la bestia que acecha en la oscuridad. La espada que debe bañarse en la sangre caliente de sus víctimas. Soy la justicia y la honra. El escudo de ellas y el azote para ellos. Soy una asesina y sólo quiero sabes dónde está mi maldito violín.